-Está aquí – dijo Hunt. El olor de ella había permanecido en la acera, lila y nuez moscada y algo que no podía identificar del todo, como el brillo de las primeras estrellas al anochecer.
Y, dicho y hecho, un momento después, una voz femenina y sedosa que definitivamente no pertenecía a la dueña de la galería se escuchó por el altavoz del interfono.
-No he pedido ninguna pizza.
A pesar de que intentó reprimirla, a pesar del reloj mental que seguía contando los segundos, Hunt soltó una risotada.
[…] -Este es un asunto urgente, señorita Quinlan.

–Ciudad Medialuna, Sarah J. Maas

Paseo de habitación en habitación hasta que el aroma a turba y a tierra llega a mi nariz y me saca de golpe de mis pensamientos. El olor es como un relámpago en un día despejado. […] La pared del fondo es de cristal, empañado por la humedad. Se ve vegetación borrosa entre la neblina. […] Un montón de plantas crecen por los enrejados que llegan hasta el techo. Hay baldas enteras de tiestos y lechos de siembra por encima del suelo.
Huelo lavanda y diente de león mezclados con el perfume de unas rosas y el aroma terroso de la salvia y el romero. Veo matas de saúco, valeriana, prímula, menta y toronjil. Hay también plantas que no había visto en la vida y algunas que solo había encontrado en libros.
– Luella.- Suelta un suspiro de alivio-. ¿Qué haces aquí arriba?
-Estaba paseando.
-Un buen sitio en el que pasear. Bienvenida al invernadero real. -Se quita los guantes de jardinería y los deja en una cesta.

-Un trato con el rey de los elfos, Elise Kova